Yadira Luquez Rodriguez*
Es una expresión bastante fuerte para lo que quiero exponer hoy.
Intentaré ser lo más pedagógica y empática posible para exponer aquí la situación de pobreza espiritual, mental y emocional que vive, adicionalmente, nuestra maltratada sociedad venezolana.
El país está concentrado en el tema electoral que nos envuelve de tal forma que lo más importante o urgente es cambiar este incapaz gobierno que nos ha hundido en la más cruenta crisis económica, social y humanitaria de todo el Continente y más allá.
Son más de 24 años de destrucción total, pero si observamos detenidamente, lo más impresionante es la destrucción del tejido social, sin duda el más a grande de los daños.
En un primer análisis de todo cuanto ocurre en el ámbito del núcleo familiar que involucra padres, hijos, en primer término, pero luego abuelos, tíos, sobrinos, nietos, hay un segmento que sufre cada día en cada parroquia, municipio, estado del país una especie de degradación moral y espiritual, una pérdida total de los valores que deben sustentar a cada familia como núcleo de la sociedad.
Nuestros niños y adolescentes, mujeres y hombres jóvenes están inmersos en una vida que no pidieron vivir, pero que trágicamente les toca hacerla a su manera.
No hay que esforzarse mucho, los medios de prensa y redes sociales día a día nos muestran un menú repleto de historias de sangre y degradación social de una realidad que los supera en todas sus formas.
Los altos índices de abusos sexuales que involucran a quienes deben mantener a salvo a sus hijos, es decir padres y cuidadores. Una perversión tan intensa en donde padres abusan física y sexualmente de menores indefensos, pero también de hijos que violentan a sus padres llegando a quitarles la vida por razones tan bizarras que uno siente revivir Sodoma y Gomorra, valga la comparación con el relato bíblico.
En un país donde la delincuencia organizada y desatada, la pederastia, la abierta pedofilia, las redes de prostitución de menores, las muertes horrendas de mujeres jóvenes que emigraron y se involucraron ingenuamente en redes de narcomulas y el negocio de trata de blancas, es una avergonzante realidad que no solo se extiende más allá de nuestras fronteras, sino que no tiene parangón en países de la Región.
Una generación perdida o esclava
SIN ánimos de ser socióloga, solo una periodista con agudo sentido de observación, además de madre, tía y abuela, me perturba la idea de pensar que hemos perdido una generación, esos jóvenes esclavos de vicios y conductas expuestos aqui, son esos mismos niños que nacieron entre el 1998 y 2000. Ya se qué dirán que muchos son destacados estudiantes, deportistas o profesionales. Gracias a Dios que así es, porque son aquellos cuyas familias tienen, aún en medio de esta devastación total; fortalezas morales, principios, valores, carácter y resiliencia para imponerse al enemigo espiritual.
Ese Tren de Aragua con todos sus tentáculos y socios que alcanzan países del toda Suramérica, esos pranes casi indestructibles que mandan dentro y fuera de las cárceles del país, esas jovencitas que juegan a ser muñecas de la mafia, aquellas que caen fácilmente con «empresas supranacionales» de la prostitución en redes sociales o en clubes, bares y discotecas donde son llevadas por aberrados que se enriquecen con el negocio de la trata de blancas.
Todos ellos tienen algo en común: nacieron, crecieron y se desarrollaron bajo un régimen que les negó toda posibilidad de evolución y progreso educativo, económico y social, pero que también forjó una cultura del facilísimo parasitario social que los obliga a buscar una vida de ventajas sin esfuerzo, de satisfacción instantánea a costa de una vida que debió ser de propósitos y metas.
Decir que es la única salida que queda a esa creciente población en desgracia, es temerario e ingenuo a la vez, pero si estar claro que un régimen que por dos décadas y media ha instaurado una realidad caracterizada por la anomia, la triquiñuela, la corrupción, el chantaje, la extorsión, otros vicios y crímenes, sólo le interesa su permanencia en el poder. Queda la esperanza de salvar un país, volver a tener una Nación próspera anclada en valores, trabajo, esfuerzo y disciplina.
Periodista CNP 4660