P. José Andrés Bravo H.
Este proyecto de renovación que actualmente promueve el Papa Francisco comenzó un día como hoy, 65 años atrás, cuando otro buen Papa, humilde y humanitario, llamado Juan XXIII pronunció un pequeño discurso a un grupo de Cardenales en la Basílica San Pablo Extramuros (Roma), celebrando la fiesta litúrgica de la Conversión de San Pablo y la culminación de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Exactamente el 25 de enero de 1959. Sus palabras sorprendieron al mundo: «Pronuncio ante vosotros, ciertamente temblando un poco de emoción, pero al mismo tiempo con humilde resolución en cuanto al objetivo, el nombre y la propuesta de una doble celebración: un Sínodo Diocesano para la Urbe y un Concilio General para la Iglesia Universal». Concluye: «Una resolución decidida por la demanda de algunas formas antiguas de afirmación doctrinal y de sabias ordenanzas de disciplina eclesiástica que, en la historia de la Iglesia, en épocas de renovación, dieron frutos de extraordinaria eficacia». A partir de entonces se comenzó a preparar el Concilio Vaticano II que fue inaugurado y presidido por el mismo Papa Juan XXIII el 11 de octubre de 1962 y seguido hasta culminarlo por el Papa Pablo VI el 8 de diciembre de 1965.
Vale la pena recordar un texto de la Constitución Apostólica Humanae salutis, con la que el Papa Juan XXIII convoca al Concilio en la Navidad de 1961: «La Iglesia ve en nuestros días que la convivencia de los hombres, gravemente perturbada, tiende a un gran cambio. Y cuando la comunidad de los hombres es llevada a un nuevo orden, la Iglesia tiene ante sí una tarea inmensa, tal como hemos aprendido que sucedió en las épocas más trágicas de la historia. Hoy se exige a la Iglesia que inyecte la virtud perenne, vital, divina del Evangelio en las venas de esta comunidad humana actual que se gloría de los descubrimientos recientemente realizados en los campos técnicos y científicos, pero que sufre también los daños de un ordenamiento social que algunos han intentado restablecer prescindiendo de Dios». Así nace un Nuevo Pueblo de Dios con el Concilio Vaticano II que el Papa Francisco nos invita a impulsar con el proyecto de renovación: Una Iglesia Sidonal en comunión y participación para la misión.