Manuel Isidro Molina
Nicolás Maduro debió asumir la inevadible realidad de su hundimiento político y afectivo en la sociedad venezolana. Solo una tozudez sin límite lo encallejonó en la aventura del fraude, que -reitero- es insostenible.
Con los suyos pudo haber jugado a la sandinista: aquel otro Daniel Ortega, en 1990, le entregó la Presidencia de Nicaragua a Violeta Chamorro; y con el FSLN (Frente Sandinista de Liberación Nacional) se atrincheró en los otros Poderes Públicos y, sobre todo, en las estructuras politicas y sociales desarrolladas desde la derrota militar de la dictadura somocista. En 2007 lograron recuperar la Presidencia en elecciones democraticas, aunque el curso autocrático impuesto durante estos 18 años, sea «decepcionante», para utilizar el adjetivo que le acaba de encajar a Maduro su colega brasilero Luiz Inácio Lula Da Silva.
El problema para la paz y el desarrollo armónico de Venezuela, no solo es Maduro. Se trata de una crisis compleja y profunda, que va desde lo político hasta lo moral en una sociedad enervada por males acumulados desde al menos los años ’70 del siglo pasado, y exacerbados durante los últimos 25 años por una confrontación irracional e irresponsable, cuyos actores principales han victimizado a la mayoría del pueblo venezolano.
El saqueo de las arcas públicas por tirios y troyanos, con estruendosa voracidad durante los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolas Maduro, sin solución de continuidad, destrozó el poderoso aparato productivo estatal, y desinfló el Producto Interno Bruto (PIB) en cuatro quintas partes (80%). El abuso de poder, la piratería (ineficiencia+ignorancia) y un estatismo enfermizo enanizaron el sistema productivo privado , cuyas consecuencias son conocidas socialmente: desempleo, empobrecimiento general de la población, éxodo de más de 7 millones de venezolanos y venezolanas de todas las edades, incremento de la delincuencia, corrupción policial y militar, pudrición del Sistema de Justicia, destrucción del Sistema Público de Salud y desmantelamiento del Sistema Público de Educación, tanto como el Sistema Eléctrico Nacional, las empresas hidrológicas o las políticas de protección ambiental.
Ese fracaso gubernamental fue espuelado a partir de 2013 por el violentismo golpista opositor de la extrema derecha de aliento neoliberal y macartista, estrechamente vinculado y dependiente de EEUU, Gran Bretaña, la Union Europea y las más rancias oligarquías latinoamericanas, desde México hasta Argentina y Chile.
Los años 2014 y 2017 fueron intensos en violencia opositora y represión gubernamental, sufriendo devastación la economía pública y privada venezolana.
En 2017, desde EEUU, entra en juego la brutalidad del gobierno de Donald Trump; y en 2019, la etapa cipaya del «gobierno interino» de Juan Guaidó y sus irresponsables apoyantes integrados en la Asamblea Nacional, electa en 2015. Comenzó la era de lo que llamé el «bloqueo criminal Trump/Guaidó», cuyas consecuencias son evidentes y dolorosas en el seno de nuestro sufrido pueblo.
Aunque parezca «lejano» y muchos pretendan el «olvido», Guaidó estuvo en esa trágica comedia hasta el 5 de enero de 2023, ayer no más. Quienes en torno a él y con él, son parte activa y beneficiaria de ese otro desastre, ahora se desentienden de sus corresponsabilidades políticas y de los graves delitos cometidos contra la patria y para su enriquecimiento ilícito, en Venezuela y el exterior. En eso han sido tan pillos como los corruptos que se han enriquecido ilícitamente desde los gobiernos de Chávez y Maduro.
El desenlace que corre en este bienio 2023/2024, afectó por igual a la dirigencia politica de gobierno y oposición, aunque no lo parezca. Me explico: la elección primaria de octubre de 2023 y la presidencial del pasado 28 de julio, fulminaron el liderazgo politico conocido y sus organizaciones partidistas, aunque no lo acepten sus dolientes en ambos bandos.
Al final, Maduro llevó la peor parte: como candidato a la reelección sufrió el descalabro previsto, por lo que junto con Cilia Flores, Delcy y Jorge Rodríguez, Diosdado Cabello y Padrino López, tomaron el camino del fraude y se metieron de lleno en la deriva dictatorial. Elvis Amoroso, Tarek William Saab y los magistrados y magistradas del TSJ son las marionetas en esa conspiración de los altos funcionarios de los Poderes Públicos Nacionales.
Maduro -que ejercerá la Presidencia de la República hasta el 10 de enero de 2024- sabe que no fue reelecto el #28Jul y que la mayoría del país no lo reconoce ni reconocerá como presidente electo. Un hecho incontestable, duro como el mármol. Su debilidad es tal, que tampoco lo reconocen los gobiernos de Boric (Chile), López Obrador (México), Lula (Brasil) y Petro (Colombia), sus aliados naturales.
El problema no es que haya ganado Edmundo González Urrutia con el decisivo apoyo de María Corina Machado; lo es, que Maduro perdió de calle, ahora más disminuido política y afectivamente. Él lo sabe y lo siente.
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