Arq. José A, Robles

Si me preguntaran cuál es la lección más importante que he aprendido sobre la evolución de nuestras ciudades, diría que las metrópolis más exitosas no son las más inteligentes, sino las más humanas. Hemos pasado décadas obsesionados con la Ciudad Inteligente (Smart City), ese ideal futurista de eficiencia donde los servicios públicos se automatizan y los semáforos se sincronizan a la perfección para agilizar el tráfico. Y, no me malinterpreten, eso es genial. Pero, ¿qué pasa cuando esa optimización ignora a la persona mayor que no puede subir un andén o a la madre soltera que necesita un servicio de guardería accesible cerca de su trabajo? El verdadero progreso urbano no está en la tecnología por sí sola, sino en cómo la usamos para resolver los problemas reales de la gente.

Ahí es donde entra la Ciudad 5.0, un concepto que, si soy honesto, me entusiasma mucho más. No es una utopía tecnológica, es una visión pragmática nacida en Japón, un país que sabe de desafíos sociales, como el envejecimiento de la población. La Ciudad 5.0 nos invita a dejar de lado el «cuánto» y a enfocarnos en el «para qué». La tecnología ya no es la estrella del espectáculo; es la herramienta que sostiene el telón para que el verdadero protagonista, el ciudadano, brille.

La diferencia entre estos dos modelos se resume en un contraste fundamental de enfoque. La Ciudad Inteligente a menudo se ha centrado en la implementación de tecnologías de arriba abajo, creando sistemas cerrados que pueden ser muy eficientes para la gestión, pero poco flexibles para las necesidades individuales. Por el contrario, la Ciudad 5.0 prioriza un enfoque más orgánico, donde la tecnología se adapta a las personas. Por ejemplo, en lugar de optimizar solo las rutas de autobuses para la eficiencia, una Ciudad 5.0 podría usar la misma tecnología para desarrollar una aplicación con una interfaz tan simple que cualquiera pueda usarla, o implementar un sistema de pago sin contacto tan sencillo como pasar la mano. Aquí, la tecnología no busca solo un «ahorro de tiempo» general, sino un aumento de la calidad de vida de un grupo específico, demostrando que la verdadera innovación reside en la empatía.

La Ciudad Como un Organismo Vivo

La Ciudad 5.0 tiene tres pilares que me parecen cruciales y que la convierten en un modelo digno de admirar. Primero, la tecnología al servicio de las personas. Piensen en cómo la IA podría ayudar a diseñar parques con la vegetación más adecuada para purificar el aire local, o cómo los datos de movilidad podrían crear rutas de bicicleta seguras que eviten zonas de alto riesgo.

Segundo, la sostenibilidad integral. No se trata solo de tener paneles solares, sino de crear una economía circular donde los desechos de una empresa se conviertan en la materia prima de otra. Es un ecosistema que se alimenta a sí mismo, como un bosque. En un país como Venezuela, por ejemplo, la aplicación de este principio podría significar que el plástico recuperado en una comunidad se transforme en material de construcción de bajo costo para proyectos de vivienda, cerrando el ciclo y generando valor.

Y tercero, pero no menos importante, la participación ciudadana. Las ciudades 5.0 no se construyen desde las oficinas de instituciones públicas, sino con las ideas de sus habitantes. Las plataformas digitales no son para «informar», son para «invitar». Imaginen una plataforma donde, en lugar de quejarse por una rotura en la calle por redes sociales, un ciudadano pueda reportarlo directamente y recibir una actualización sobre la reparación en tiempo real. Esto fomenta una verdadera colaboración.

En definitiva, el concepto de la Ciudad 5.0 nos pide que dejemos de ver nuestras urbes como máquinas y empecemos a verlas como organismos vivos, complejos y diversos. No se trata de tener más tecnología, sino de usarla con empatía y propósito. Y para mí, esa es la visión más emocionante de futuro que podemos tener.

Arq. José Antonio Robles                                                                                                        

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