Por: OrlandoGoncalves

Claves ComPol Parte XXIII

Existe una máxima, casi un axioma en la ciencia política, que sostiene que el camino a la victoria electoral se allana cuando se compite desde la trinchera de la oposición.

La lógica es seductora: el partido que gobierna sufre el inevitable desgaste del poder, es castigado por distintas crisis (económicas, ambientales, sanitarias, de infraestructura, corrupción, etcétera) y debe cargar con el peso de promesas incumplidas.

La oposición, libre de la responsabilidad de la gestión diaria, puede ofrecer una promesa de cambio puro, una hoja en blanco sobre la que proyectar las esperanzas del electorado descontento.

Pero, ¿es esta hipótesis universalmente correcta, o es apenas un espejismo retórico?

La evidencia sugiere que la oposición tiene el rol más cómodo para criticar, pero no necesariamente el más fácil para ganar. La victoria electoral es el resultado de una muy compleja ecuación donde el desgaste del gobierno es solo una variable, y a menudo, la menos decisiva.

El principal activo de la oposición es, sin duda, la capacidad de crítica sin costo. Pueden señalar la inflación, la inseguridad y la corrupción, entre otras, sin tener que presentar soluciones detalladas que puedan ser, a su vez, atacadas. Son los espectadores que le gritan al árbitro, mientras el equipo de gobierno se ensucia las manos en el campo de juego. Este rol les permite construir un «frente antioficialista» que aglutine votantes diversos, unidos únicamente por el rechazo al statu quo.

Sin embargo, esta comodidad esconde su debilidad fundamental: la falta de credibilidad y la carencia de los recursos del poder. El oficialismo, por su parte, posee un arsenal que la oposición no puede igualar. En primer lugar, tiene el control del aparato estatal, que se traduce en acceso a medios, capacidad de comunicar diariamente sus logros (reales o percibidos), y el manejo discrecional del presupuesto para lanzar programas sociales o infraestructura clave en el período preelectoral. Este factor de visibilidad institucional es un contrapeso formidable al descontento ciudadano.

Además, el gobierno tiene el poder de definir la agenda. Si la oposición quiere hablar de corrupción, el oficialismo puede redirigir el foco mediático hacia un conflicto ambiental, o de seguridad vial, o una nueva propuesta de pensiones o un evento deportivo exitoso. El manual temas para desviar la atención es literalmente infinito.

Por otra parte, el candidato oficialista no solo es el rostro de la estabilidad, sino que también puede apelar a la «prueba y error» de la experiencia, contra la «incertidumbre» del cambio radical que propone la oposición.

Ahora, la verdadera dificultad para la oposición no reside en el mensaje, sino en la alternativa. Ganar por defecto, simplemente esperando que el gobierno se desplome, es una estrategia pasiva y a menudo fallida. La historia electoral está llena de gobiernos impopulares que ganaron la reelección porque la oposición se mostró fragmentada, ideológicamente incoherente o, peor aún, tan radical que generó más miedo que esperanza. El electorado, incluso el descontento, suele preferir lo malo conocido a lo peor por conocer.

Para que la hipótesis de la «ventaja de la oposición» se cumpla, se necesitan básicamente tres condiciones. A saber:

Primero: unidad y disciplina. La oposición debe presentarse con un liderazgo claro y un mensaje unificado, resistiendo la tentación de las batallas internas, las cuales generalmente, son las más dañinas.

Segundo: una alternativa creíble. La crítica debe ir acompañada de un plan de gobierno viable, con equipos técnicos visibles, capaces de convencer al votante moderado de que la transición será ordenada y eficaz. Aquí entra un elemento importante que ha sido el cambio del elector a la hora de tomar una decisión. Ya no solo requiere saber el “qué”, desea entender el “cómo”, y aquí muchos candidatos (as) fallan.

Tercero: un error catastrófico del gobierno: Solo una crisis terminal, un escándalo ético monumental o una gestión desastrosa de un evento crítico pueden inclinar la balanza de manera irreversible, pero esto, no siempre sucede, por lo que se vuelve una moneda en el aire.

En conclusión, la oposición tiene la tarea más sencilla en la retórica del rechazo, pero la más ardua en la arquitectura de la alternativa. El poder no se cede; se conquista. Y conquistarlo requiere más que señalar fallos; requiere disciplina, unidad, estrategia y la visión para convencer a la mayoría de que el futuro con ellos es no solo diferente, sino demostrablemente mejor que el presente. El camino de la oposición está libre de las piedras del gobierno, sí, pero solo es fácil si el oficialismo decide tropezar por sí mismo.

Por: @OrlandoGoncal

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