Por Orlando Goncalves

Es en la arena política contemporánea, donde la velocidad y la fragmentación mediática dictan el ritmo, la relación entre el tiempo de campaña y la inversión financiera, hacen de esta una de las ecuaciones más críticas y, a menudo, peor resueltas.
Lejos de ser un cálculo lineal, se trata de una dinámica donde la duración establece el marco, pero la estrategia y la eficiencia definen el costo real.
Como se ha señalado en artículos anteriores, una campaña es, en esencia, un “startup político” que requiere agilidad, especialización y una estructura bien definida para conquistar el poder. Dentro de esa estructura, el financiamiento se convierte en el motor que permite cristalizar la estrategia.
La vieja máxima de que “campaña pobre, pobre campaña” sigue siendo relevante, pero el dinero por sí solo no garantiza el éxito; la clave está en el cómo se administra. Y aquí es donde el factor tiempo se vuelve determinante; a menor tiempo mayor deberá ser la inversión de capital, mientras que el trabajo realizado con mayor prevención temporal, necesariamente se traduce en una campaña menos costosa y más efectiva.
Por ello en campañas de duración limitada (o cuando un candidato debe acortar la brecha de reconocimiento en poco tiempo), la necesidad de una inversión masiva es una imposición, puesto que no hay margen para un crecimiento orgánico lento o una persuasión gradual.
Cuando el calendario es corto, este ciclo debe ser acelerado de forma agresiva. La visibilidad requerida (sea en medios tradicionales o digitales) no puede esperar. Debe ser comprada.
En estos casos se requiere un despliegue total de recursos en marketing digital de impacto, producción acelerada de contenido, y una saturación mediática concentrada. En estas circunstancias, la inversión es un sustituto forzado del tiempo, buscando comprimir meses de trabajo estratégico en pocas semanas improvisadas.
Por lo contrario, una campaña más prevista ofrece la oportunidad crucial de distribuir los costos, de basar el éxito no en la fuerza bruta del gasto, sino en la eficiencia estratégica. La duración permite, no solo al candidato, sino a que el equipo se integre y se enfoque en una planificación detallada, haciendo que el proyecto sea más accesible y, en última instancia, menos oneroso con una gestión eficiente.
Sin embargo, para que un calendario más amplio no se convierta en un simple derroche prolongado, es fundamental evitar los errores que, en la comunicación política moderna, devoran recursos sin generar valor.
Una campaña se vuelve innecesariamente costosa cuando incurre en fallas estratégicas que obligan a invertir más para corregir el rumbo o, peor aún, que anulan la inversión inicial, y esto sucede cuando se trabaja contra reloj, con escaso tiempo, sin posibilidad de ensayar y testear acciones tácticas, mensajes y, fundamentalmente, sin la oportunidad de preparar debidamente a un equipo competente y leal.
Sobre este último punto, pensar que, por el simple hecho de que una persona reciba una compensación económica de la campaña (que, además, generalmente es inferior al mercado de trabajo), esa persona será leal al candidato (a), es de los errores más comunes y que terminan resultando en costoso en recursos, tiempo desperdiciado, y oportunidades políticas.
En esencia, una campaña con más tiempo puede ser menos costosa porque tiene la posibilidad de invertir en preparación y profesionales, lo cual es la mejor inversión de un candidato. La planificación detallada permite que todo lo invertido se alinee con la estrategia, evitando el derroche que resulta de la improvisación y la reactividad.
El costo real de una campaña no lo define el número de días, sino el grado de desvío de una hoja de ruta planificada. Así, un calendario corto exige un capital concentrado para ganar velocidad de crucero; un calendario largo ofrece la oportunidad de ser quirúrgicamente eficiente, siempre y cuando la estrategia prevalezca sobre el espectáculo y se eviten los errores modernos que convierten cualquier campaña, por larga que sea, en un pozo sin fondo.
Lamentablemente, en la era de la inmediates, de la rapidez, pareciera que la improvisación reina en las campañas, lo cual las hace más onerosas y menos eficientes y, sorprendentemente, si así son las campañas, muy probablemente, así será el gobierno o la acción legislativa.
Las campañas deben ser estudiadas, preparadas y planificadas con mucha antelación, y eso ayudará a la eficiencia que llevará al éxito electoral y sorprendentemente, si así es la campaña, muy probablemente será el gobierno o la acción legislativa.
@OrlandoGoncal
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