P. José Andrés Bravo H.

Un gesto amable, como un bien para otra persona, lo bendice Dios. Sobre todo, si se hace a una persona pobre, humilde y necesitada. Es hacerselo a Jesús. Existen muchas personas que pasan necesidades y consiguen sólo indiferencia y desprecio. Es verdad que estos actos de caridad no van a ser ni reconocidos ni agradecidos. Dios sí mira la bondad y bendice a quien la practica.

Debemos tener claro que nuestras obras de bien, nuestra manera de vivir el Evangelio de Jesús, no se hace con el interés de ganar el Cielo. Mucho menos de recibir en respuesta una recompensa. Por eso Jesús le dice a sus discípulos que no inviten a su mesa a aquellos que pueden a su vez invitarlos a ellos (cf. Lc 14,12-14).

Al respecto, existe una maravillosa enseñanza bellamente expresada en el maravilloso soneto atribuido a Santa Teresa de Jesús: «No me mueve, mi Dios, para quererte el Cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte». Luego, señala lo que verdaderamente inspira a amar Dios en los demás: la persona misma de Jesús en el sacrificio de la Cruz. «Mueveme en fin tu amor y en tal manera que aunque no hubiera Cielo yo te amara, aunque no hubiera infierno, te temiera. No me tienes que dar porque te quiera, pues aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera».

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