La nueva Estrategia de Seguridad Nacional de Donald Trump rompe de forma drástica con el enfoque que Joe Biden había establecido para América Latina en 2022. Mientras la anterior hablaba de cooperación democrática y prosperidad compartida, la versión de 2025 redefine el hemisferio como un espacio de seguridad dura y competencia geopolítica
La nueva Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos, publicada en noviembre de 2025 por la administración de Donald Trump, marca un quiebre frontal con la visión que había definido la política exterior de Joe Biden desde 2022. Mientras la NSS de Biden describía al hemisferio occidental como un espacio de «prosperidad compartida», cooperación democrática y desarrollo social, la de Trump redefine América Latina bajo una lógica dura de seguridad, geoeconomía y control estratégico.
En la estrategia de Biden, el capítulo dedicado al hemisferio occidental presenta una narrativa de alianzas, institucionalidad multilateral y fortalecimiento democrático. El documento afirmaba que la región es clave por los «vínculos familiares, culturales y económicos», y sostenía que Estados Unidos debe trabajar con los gobiernos latinoamericanos para «fortalecer la democracia», «fomentar economías inclusivas» y enfrentar el cambio climático.
Biden describía a América Latina como un socio con el que Washington quería construir resiliencia económica y modernizar instituciones regionales. La migración se enmarcaba allí como un desafío humano y estructural que debía atenderse «con dignidad», mediante vías legales, inversión social y cooperación.
La Estrategia de Trump, en cambio, sustituye ese enfoque por uno abiertamente securitizado. El documento presentado en noviembre declara que el hemisferio es «espacio vital» para Estados Unidos y anuncia un «corolario Trump» a la Doctrina Monroe. La prioridad pasa a ser impedir que actores extrahemisféricos —en especial China— controlen infraestructura crítica, energía, telecomunicaciones o minerales estratégicos en la región. Donde Biden hablaba de desarrollo, Trump habla de «amenazas directas» vinculadas a presencia extranjera, crimen transnacional y disputas geoeconómicas.
Mientras la estrategia de Biden planteaba que Estados Unidos debe «apoyar instituciones democráticas, combatir la corrupción y promover derechos humanos» en la región, el documento de Trump abandona esa narrativa como prioridad. La cooperación ya no se articula en torno a valores compartidos, sino a intereses estratégicos. La NSS de 2025 afirma que Estados Unidos trabajará con cualquier gobierno «que proteja los intereses estadounidenses», independientemente de su orientación política interna.
Otra diferencia clave aparece en el tratamiento de la migración. La estrategia Biden-Harris entendía los flujos migratorios como consecuencia de crisis económicas, inseguridad y falta de oportunidades, y proponía invertir en la región para atender causas estructurales. Trump, por su parte, declara que «ha terminado la era de la migración masiva». El documento instruye a los gobiernos latinoamericanos a colaborar para detener flujos migratorios y combatir redes de tráfico, bajo el planteamiento de que «la seguridad fronteriza comienza más allá de la frontera sur».
En el plano económico, Biden proponía coordinar cadenas de suministro resilientes mediante alianzas regionales que redujeran dependencia frente a China, pero siempre bajo un enfoque de ganar-ganar entre socios hemisféricos. Trump enuncia algo distinto: la región deja de ser un socio y pasa a ser un componente operativo de la autosuficiencia estadounidense. En la estrategia de 2025, América Latina aparece como territorio donde asegurar energía, minerales críticos, manufactura sensible y puertos estratégicos para la economía de Estados Unidos. Es una proyección geoeconómica mucho más vertical que la de su antecesor.
En materia militar también hay diferencias notables. Biden planteaba fortalecer la cooperación en seguridad ciudadana, combate a organizaciones criminales y respuesta a desastres naturales. Trump, en cambio, propone redirigir capacidades militares y de inteligencia hacia «amenazas hemisféricas», reforzar presencia naval en el Caribe y disponer de «capacidad expedicionaria» para actuar rápidamente en la región, algo ausente en la estrategia de 2022.
La distancia conceptual se amplía cuando cada documento explica el papel global de Estados Unidos. Para Biden, la seguridad norteamericana dependía de alianzas, instituciones y normas internacionales. Para Trump, depende ante todo de fronteras fuertes, reindustrialización interna y control estratégico de su entorno inmediato. Biden describía a China como un competidor, pero también un actor con el que es necesario convivir y negociar; Trump lo define como rival sistémico en todos los planos.
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