Por El Nacional

La ceremonia de entrega en Oslo ha servido como recordatorio de que la paz, para muchos de sus laureados, es una batalla aún inconclusa

El testamento de Alfred Nobel, redactado en 1895, concibió un galardón para honrar la fraternidad entre las naciones y la promoción de congresos de paz. Sin embargo, a lo largo de 124 años, la ceremonia de entrega en Oslo ha servido frecuentemente como recordatorio de que la paz, para muchos de sus laureados, es una batalla aún inconclusa.

El acto de la silla vacía, reservada para quienes no pueden asistir, es la metáfora más poderosa del premio.

La reciente concesión del Premio Nobel de la Paz a la líder opositora venezolana, María Corina Machado, por su «incansable labor en la promoción de los derechos democráticos del pueblo venezolano», sitúa el foco en la realidad de la lucha por la libertad y la dignidad en regímenes autoritarios.

El caso de Machado se inscribe en una tradición histórica de disidentes honrados en ausencia.

Las sombras del Nobel

Desde 1901, seis galardonados con el Nobel de la Paz no han podido recibir personalmente su diploma y medalla, una cifra que excluye a aquellos que, como el activista bielorruso Ales Bialiatski (2022), han sido representados por familiares debido a su encarcelamiento.

Estas ausencias magnifican el propósito original del premio. El Nobel da voz a quienes han sido silenciados por el poder.

La imagen más simbólica de la última década: la silla solitaria reservada para el disidente chino Liu Xiaobo | Foto Archivo

El primer gran mensaje de confrontación política lo dio el periodista alemán y pacifista Carl Von Ossietzky en 1936. En el momento de su designación, Ossietzky se encontraba recluido en un campo de concentración nazi. Su incapacidad para viajar simbolizó el choque entre los ideales de paz y la barbarie totalitaria ascendente.

El sindicalista polaco Lech Walesa, figura clave en la lucha contra el comunismo en Polonia, optó por no asistir a Oslo en 1983. Su decisión fue estratégica y angustiosa pues temía que, una vez fuera de su país, el régimen no le permitiera el retorno. Su sacrificio subrayó la precariedad de la libertad de movimiento en la Guerra Fría.

En 2022, el bielorruso Ales Bialiatski, uno de los tres galardonados con el Nobel de ese año y que permanecía en prisión, estuvo representado por su esposa, Natallia Pinchuk. Por su parte, cuando lo hizo la iraní Narges Mohammadi, también encarcelada, en 2023, fueron sus hijos quienes viajaron a Oslo a recoger el premio y leer el discurso.

Más ausencias obligatorias

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Pero quizás la imagen más simbólica de la última década sea la silla solitaria reservada para el disidente chino Liu Xiaobo en 2010. Encarcelado por su defensa de la democracia, el premio se colocó ceremonialmente sobre su asiento vacío, un acto mudo que el Comité Nobel describió como un homenaje a su causa y a los altos costos de la libertad de expresión.

Estos casos, al igual que los de Andréi Sájarov (1975), representado por su esposa, y Aung San Suu Kyi (1991), quien inicialmente renunció a asistir pese a tener permiso por temor a no regresar a Birmania, demuestran que el Nobel no es un premio al logro consumado, sino un reconocimiento a la firmeza moral en condiciones extremas.

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Con el reconocimiento a María Corina Machado, el Comité Nobel reafirma que la defensa de la dignidad y los derechos básicos es la forma más fundamental de la lucha por la paz

Geopolítica del reconocimiento

La elección del Comité Nobel siempre genera debates sobre los criterios de selección. La concesión del premio no siempre está ligada a la finalización exitosa de un proceso.

Históricamente, se ha utilizado como una herramienta predictiva o de apoyo. Por ejemplo, el galardón a Barack Obama en 2009 generó controversia por su naturaleza preventiva. Estuvo basada más en promesas de un nuevo rumbo diplomático que en resultados concretos.

De igual forma, el premio a Juan Manuel Santos en 2016 se otorgó inmediatamente después del plebiscito que negó su acuerdo con las FARC. Este fue un espaldarazo internacional a un proceso de paz que aún no alcanzaba una «paz estable y duradera».

El caso de María Corina Machado encaja en esta última categoría. Es un espaldarazo político a una figura que enfrenta una persecución constante. Su lucha por la democracia venezolana, marcada por la inhabilitación política y las amenazas a su libertad, es un «David contra Goliat» que el Comité decidió amplificar. El mensaje es sinónimo de valentía y el compromiso con la causa democrática. Sin haber conseguido Machado su propósito aún de una transición democrática, tiene mérito suficiente para el reconocimiento global.

Vale destacar que el director del Instituto Nobel, Kristian Berg Harpviken, dijo que este 2025 será la hija de Machado, Ana Corina Sosa, quien recoja el galardón en su lugar y lea el discurso de aceptación del galardón.

Leer mas: https://elpregon.news/recordar-es-vivir-aung-san-suu-kyi-ganadora-del-premio-nobel-de-la-paz-1991/

Noti/Imágenes

Por Amenhotep Planas Raga

Nuestro editor es licenciado en comunicación social con maestría en ciencias de la comunicación y doctorante en ciencia política. Filólogo y comunicológo.

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