Sandy Ulacio
Yo no me quedo en la casa pues al combate me voy… esta estrofa, como muchas otras de las canciones de Alí Primera, resuena en las plazas Bolívar de toda Venezuela invitando a enlistarse en defensa de la Patria.
En lo personal no comparto lo de alistamiento, pero menos comparto que unos pocos se alegren por la posibilidad de una invasión u ocupación militar.
Y es que hagamos este ejercicio, no existe en el país un parque de armas tan grande para que cada miliciano porte una para defenderse y no muchos tienen el adiestramiento necesario para hacerlo aunque, después de todo, qué tan difícil puede ser apretar un gatillo y desvivir a otro ser humano?
Te imaginas que estás en tu casa con un fusil y 30 balas y debas salir a la calle a defender nuestro suelo pero dejando en esa casa a tu familia?
Las balas perdidas existen porque una vez que son vomitadas por una llamarada de la boca del cañón de cualquier arma, salen sin un nombre, su sola misión es causar daño sin importar a quién.
Eso es lo que precisamente piden quienes llaman a la intervención extranjera, un baño de sangre, donde la ideología política no sirve de escudo, a menos que te arrodilles en suelo propio en un acto de sumisión.
Me niego a que una mañana no sea el olor a café el que me despierte sino un perfume agrio, como el del plomo y la tierra mojada por una lluvia que nunca llegó.
Que el sonido de las explosiones no sea un eco lejano, sino un estruendo que sacuda las paredes de la casa, que en el televisor parpadeen imágenes de tanques de un color caqui oxidado, con banderas altisonantes y pendencieras flanqueadas por el titular: «Operación contra el narcotráfico y la libertad».
Y me pregunto, cuál libertad, la de Irak, Afganistán? Pregunten a las mujeres de estos países por su libertad, o si los misiles frenan su caída mortal al mirar desde el cielo la inocente mirada de un niño?
La amenaza de la guerra ha llegado, y no deseo que me encuentre, ni por sorpresa, en mi casa.»El que se cansa de luchar, se convierte en un muñeco de trapo», me decian, y lo creo.
La paz y la libertad se conquistan, pero nunca a costa de entregar la dignidad de nuestro suelo a los extranjeros porque entonces de qué sirvió la lucha por la libertad si volvemos a buscar amos que nos gobiernen?
«Madre, déjame luchar…tú me enseñaste a no matar las mariposas…».
La lucha, por lo menos la mía, es por construir ciudadanía, por el derecho a un salario digno, a la salud y servicios públicos que permitan recuperar la calidad de vida, por el respeto a mi hermano venezolano, porque no nos vean como una nación de invasores en otras latitudes sino como embajadores de un pueblo echado para adelante, con ganas de siempre superarse y sonrientes ante la vida.
Y como bien lo dijo Facundo: «Soy el esclavo más libre, esclavo de lo que amo, la libertad y la justicia, saben bien de quién les hablo».
Esa es y será mi única guerra.
Sandy Ulacio
Periodista
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