P. José Andrés Bravo H.
Cuando confesamos que Dios es nuestro Creador, estamos afirmando que somos sólo criaturas, no dioses. Somos seres contingentes, tenemos un principio y un fin, convivimos con todas las criaturas del mundo. En la pequeñez de nuestro ser, encontramos la inmensidad del amor de Dios y la bondad de su gracia. Cuando crea el mundo lo hace para nosotros, para que podamos vivir felices, en libertad y comunión fraterna. Que no nos falte nada para que nos podamos desarrollar y crecer sin carencias, pero con responsabilidad y abiertos a compartir.
Ciertamente, el Creador nos dio una capacidad racional para hacer crecer el mundo. Con la razón somos creadores de grandezas, con el trabajo, el pensamiento, la ciencia y el arte. También, con bondad y misericordia, la Persona Humana construye la paz, la libertad, la justicia y la verdad. Desarrollamos, con inspiración cristiana, desde el Evangelio de Jesús, una humanidad fraterna. Con obras educativas, de salud, de cuidado a los ancianos, a los mendigos, de la defensa a las víctimas de trata de personas, de protección a los niños maltratados. Cultivando los valores humanos y divinos podemos hacer renacer la Cultura Cristiana.
La Constitución Gaudium et Spes nos enseña que la dignidad de la Persona Humana se fundamenta en que Dios lo creó a su imagen y semejanza. Así lo hizo partícipe de su naturaleza divina y nos restauró cuando Cristo se encarnó y habitó entre nosotros, convirtiéndose en el Dios-con-nosotros y nosotros en hijos amados del Padre Eterno.
«La Iglesia sabe muy bien que su mensaje conecta con los deseos más profundos del corazón humano cuando reivindica la dignidad de la vocación humana, devolviendo la esperanza a quienes desesperan ya de su destino más alto. Su mensaje, lejos de empequeñecer al hombre, infunde luz, vida y libertad para su progreso; y fuera de Él nada puede satisfacer el corazón del hombre» (Gaudium et Spes 21).
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