La cinta rodada en Venezuela y Colombia se deshace de su maldición para ser presentada en la sección Classics del Festival de Cannes en una suerte de estreno mundial tardío

El primer filme de un jovencísimo Ciro Durán, rodado entre Venezuela y su natal Colombia, exhibido en Caracas en 1962, de repente desapareció

Existen historias que con el tiempo rozan lo épico. La de una película titulada La paga es una de ellas. El primer filme de un jovencísimo Ciro Durán, rodado entre Venezuela y su natal Colombia, exhibido en Caracas en 1962, de repente desapareció. Seis décadas más tarde, la cinta hallada y restaurada se deshace de su maldición para ser presentada en la sección Classics del Festival de Cannes en una suerte de estreno mundial tardío.

“Estuvimos buscando esta película durante muchos años”. Vladimir Durán, uno de los hijos del director colombiano, resumía parte del largo periplo que concluía esa tarde en la sala Buñuel del Palais des Festival, como preámbulo de la proyección.

Las pesquisas emprendidas por los Durán, incluyendo a la recientemente fallecida Esther, les llevaron a la Cinemateca Nacional de Venezuela.

“Tomó mucho tiempo determinar si tenían o no la película”, se lamentaba Vladimir del funcionamiento de la institución en el coloquio posterior a la proyección, sin dejar de agradecer el apoyo, claro está. Sacarla del país es un pedregoso capítulo aparte.

Junto a él asentían Joyce Ventura, pareja y productora de Durán el viejo, fallecido en 2022, y Ciro, el otro hijo, que al igual que su hermano y padre, también es cineasta. Los Duran y Ventura narraron la pasión inmensa de Durán hacia el cine, su dedicación al cine social, su llegada a Caracas en los 50.

La Colombia de aquel entonces, relataron, estaba sumida en la violencia. En la “Venezuela Saudí”, al veinteañero Ciro se le abrió un mundo diferente. Se asentó en Caracas con la idea de dedicarse al cine, entrando por la puerta más accesible que fue el teatro, de la mano de uno de sus grandes maestros, Román Chalbaud.

En la capital venezolana “empezó a ver muchas películas”, recuerda Joyce Ventura de la creciente pasión de Ciro Durán hacia el cine.

El destino de La Paga se truncó, por decirlo de alguna manera, la misma noche de su estreno en Caracas en los años 60. “Fue censurada por el gobierno venezolano, en una época en la que se estaba entrando en la democracia”, narraba Vladimir.

Y es que en la recién recuperada democracia, en una convulsa pero riquísima Venezuela, para las autoridades La paga era“subversiva”. Por sus inclinaciones políticas, Ciro Durán fue encarcelado durante casi un año.

La gran pregunta con la que entramos en la sala Buñuel la tarde de la tercera jornada de la 78° edición del Festival de Cannes para ver la copia restaurada en 4k de La paga era en qué consistía el peligro para el endeble clima político venezolano de una película de una hora de duración, en blanco y negro, y realizada por un cineasta desconocido para aquel entonces.

Protagonizada por Rafael Briceño, Paco De la Riera y María Escalona, La paga se desarrolla en un pueblo andino y cuenta la miseria en la que viven los agricultores que trabajan las tierras de un terrateniente, a través de una familia de campesinos.

Refleja no solamente una realidad que sabemos aún no se ha superado, pese al paso del tiempo, cambios políticos, y demás…,  sino también las inquietudes políticas y sociales de Ciro Durán, quien para más señas fue un entusiasta sindicalista del sector cinematográfico, tal como el Sindicato Único de Trabajadores de la Industria Cinematográfica, e impulsó la profesionalización de los trabajadores del cine, primero en Venezuela, luego en Colombia.

En La paga se plasman las profundas diferencias sociales entre los que no tienen nada y los que tienen (da igual cuánto y qué); los campesinos son explotados, mal pagados, hundidos en la profunda pobreza y en el hambre, están apartados de lo más básico como la educación y la sanidad. Para ellos la esperanza muere cada día en ese único plato de comida, y en las jornadas de sol a sol sin descanso, que al final de la cosecha son recompensadas con una paga de dos míseros sacos de papas.

Durán hace un retrato de las carencia, frente al poder, como también cuela la lucha de los guerrilleros. Que si tuvieran de comer, no estarían en las montañas, dice un cliente al boticario del pueblo, después de una disertación sobre la guerrilla. Así Durán capta su época, cuando Latinoamérica ardía en los fuegos quiméricos de la Revolución Cubana. “Promesas no cumplidas”, sentencia Vladimir Durán.

Ciro Durán, proveniente de Convención (un pueblo cercano a la frontera con Venezuela), volvió a Colombia después de salir de la cárcel. Sus ganas de hacer cine social no mermaron, tal como relatan sus hijos y pareja.

Gamín (1978), sobre jóvenes que viven en las calles bogotanas, La guerra del centavo (1985), sobre la lucha laboral de los choferes de buses en Bogotá, o Aquileo Venganza (1968), el primer western colombiano (coproducido con Venezuela), acerca de la desigualdad y la violencia política y social, le llevaron a convertirse en una figura sobresaliente de la cinematografía colombiana.

Con los ojos del siglo 21 se puede decir que la subversión de La Paga radica en su atemporalidad y en recordar que el poder opresor se disfraza de cualquier color o ideología, que ni amo ni político salvan de la miseria, y que las brechas sociales siguen siendo igual de profundas. Ciro Durán vivió una larga vida para constatar que los cantos de sirena llevan al naufragio.

Segundos antes de que se apagaran las luces de la sala Buñuel para proyectar el estreno mundial de La paga, restaurada gracias al Fondo de Cine Colombiano, la Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano y a la Cinemateca Nacional de Venezuela,Vladimir Durán dijo sonriente: “No creo que la policía venga a impedir esta proyección”.

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Lcda. Amarilis Romero Sánchez – Noti/Imágenes

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