José Antonio Robles
El afán de muchos alcaldes en Venezuela de transformar su ciudad en «la primera de Venezuela» en un solo mandato es una aspiración admirable. Sin embargo, en la compleja realidad del país, este objetivo es prácticamente inalcanzable en tan solo cuatro años. La idea de que el progreso se mide en fachadas pintadas y metros de asfalto es un espejismo que, aunque genera aplausos, distrae del verdadero trabajo. El ornato no hace una ciudad; el verdadero desarrollo se construye sobre cimientos sólidos y una visión a largo plazo, sobre estructuras que, aunque invisibles a simple vista, son las que sostienen una comunidad.
La verdadera transformación no reside en embellecer, sino en fortalecer las bases. Esto implica la planificación estratégica a largo plazo, la transparencia en la gestión de recursos y la formación de equipos de trabajo competentes que trasciendan los cambios de gobierno. Los líderes deben entender que su gestión es solo un eslabón en una cadena mucho más larga. La clave es construir una visión de ciudad que esté por encima de las promesas políticas, enfocada en la calidad de vida de sus habitantes, la eficiencia de los servicios públicos, la fortaleza de la economía local y la calidad de la educación. Se trata de sembrar semillas cuyo fruto no se verá al final de un mandato, sino en la siguiente década.
Gobernar no es solo administrar; es soñar, planificar y construir con responsabilidad hacia las futuras generaciones. Los líderes no pueden seguir actuando como si cada gestión fuera un reinicio, sin continuidad ni memoria institucional. Necesitamos gobernantes que dejen de pensar en el próximo período electoral y empiecen a proyectar la ciudad hacia el 2050. Para ello, es fundamental reconocer que las ciudades son, ante todo, motores económicos. Se debe integrar el estudio del potencial económico de la ciudad, analizando sus actividades productivas y las dinámicas que generan riqueza para un desarrollo sostenible. La prosperidad de una ciudad se mide por su capacidad para generar oportunidades y empleo, por su vitalidad económica que permite a sus habitantes prosperar.
Una ciudad próspera no la construye una sola persona. Aunque líderes visionarios pueden dar el impulso inicial, el verdadero motor de la transformación es la colaboración. Un alcalde exitoso es aquel que no solo gestiona, sino que inspira y une a su comunidad. Es quien involucra a los ciudadanos, las universidades, el sector privado y las organizaciones no gubernamentales para crear un proyecto de ciudad colectivo. La primera ciudad de Venezuela será aquella que logre sentar las bases para un desarrollo sólido y duradero. Es en la construcción de estos cimientos, y no en la búsqueda de la visibilidad inmediata, donde reside el verdadero camino hacia el futuro.
Finalmente, el verdadero éxito de una ciudad se mide por la calidad de vida de sus habitantes. No basta con tener edificios altos o grandes avenidas. Una ciudad de primer nivel ofrece seguridad, acceso a servicios de salud de calidad, educación de excelencia y espacios públicos funcionales. El enfoque debe estar en el bienestar de la gente: parques bien mantenidos, un transporte público eficiente y una agenda cultural vibrante. Cuando los ciudadanos sienten que su ciudad les ofrece un entorno propicio para crecer, vivir y prosperar, se ha alcanzado el verdadero propósito de la gestión pública. La «primera ciudad» no es solo un título; es una realidad que se vive y se siente en el día a día. Es en la construcción de estos cimientos, y no en la búsqueda de la visibilidad inmediata, donde reside el verdadero camino hacia el futuro.
Arquitecto joseroblesp@gmail.com @joseroblesmcbo
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