
Diamira Espina —la Chicha—
Lleva treinta años sirviendo café como quien sirve un consuelo.
En el 18 de Octubre todos la conocen: su aroma anuncia la mañana y su sonrisa remienda cansancios. Tenía apenas 12 años cuando dejó la Isla de Toas para reencontrarse con su mamá en Maracaibo. Creció, formó una familia, y un día la vida le dio un golpe que no se olvida: a su esposo lo atracaron y la oscuridad se le instaló en los ojos para siempre.
A ella le tocó hacerse fuerte, sin tiempo para lamentos. Vendió tortas y paledonias en el centro, caminó calles tremendas, aguantó soles y pesares, hasta que la plaza del 18 le abrió un huequito donde plantar su esperanza.
Desde entonces, su puesto es un altar humilde donde el trabajo vence a la tristeza, donde cada taza cuenta una batalla y cada cliente es un aliado para seguir viviendo. Porque la Chicha no vende solo café: vende resistencia, valentía y dulzura de mujer guerrera.
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