De acuerdo con la agencia Reuters, Nicolás Maduro presentó unas condiciones para abandonar el país. Sigue la tradición de dictadores como Marcos Pérez Jiménez y Augusto Pinochet que buscaron salidas y alcanzaron negociaciones. Otros, como Saddam Hussein, no lograron su objetivo. Algunos, como Oli en Nepal, ni siquiera tuvieron tiempo de acordar tratos de salida. La Hora de Venezuela presenta un recuento del pasado para analizar escenarios futuros

Los dictadores casi nunca entregan el poder por convicción democrática. Lo hacen cuando su futuro —y el de su familia— está garantizado. Esa ha sido una constante histórica que atraviesa continentes, ideologías y épocas. Desde Marcos Pérez Jiménez en Venezuela hasta Augusto Pinochet en Chile, pasando por Ferdinand Marcos en Filipinas, todos buscaron protegerse antes de abandonar el poder. Hoy, ese patrón vuelve a aparecer en Venezuela.

Según una investigación de la agencia Reuters, Nicolás Maduro presentó un conjunto de condiciones para dejar la jefatura del régimen. Entre ellas figuran una amnistía total, el levantamiento de las sanciones, la suspensión de la investigación de la Corte Penal Internacional y la permanencia de Delcy Rodríguez en el poder como presidenta interina. Es el manual clásico de las transiciones controladas por los autócratas, pero con un elemento adicional: la continuidad del poder dentro de su propio círculo.

La historia muestra que estas garantías suelen repetirse con una precisión casi mecánica: inmunidad judicial, exilio seguro, conservación de bienes, protección para familiares y aliados, una vida cómoda como expresidente y, sobre todo, la certeza de que ninguna fuerza militar los tocará durante la transición. Sin esos seguros, los dictadores rara vez aceptan abandonar el cargo.

De Pinochet a Chávez

En Chile, Augusto Pinochet entregó el poder en 1990 después de asegurarse ocho años más como comandante en jefe del Ejército, inmunidad vitalicia como senador y protección para su entorno familiar. Pero su historia no terminó allí. En 1998 fue detenido en Londres por orden del juez español Baltasar Garzón, acusado de crímenes de lesa humanidad. Tras un prolongado proceso judicial, el Reino Unido autorizó su extradición, pero finalmente permitió su regreso a Chile por “razones humanitarias”. De vuelta en su país, perdió su inmunidad y enfrentó múltiples procesos judiciales hasta su muerte.

En Filipinas, Ferdinand Marcos fue sacado del poder en 1986 y trasladado con su familia a Hawái bajo protección de Estados Unidos. Aquella fue una salida diseñada a su medida. Jean-Claude “Baby Doc” Duvalier, en Haití, se exilió en Francia con parte de su fortuna. Creyó haber comprado impunidad, pero al regresar en 2011 fue detenido y sometido a juicio.

Otros no tuvieron ese margen. Saddam Hussein intentó negociar su salida tras la invasión de Irak, pero terminó capturado, juzgado y ejecutado. Nada de lo que aspiró ocurrió. Muamar Gadafi ofreció pactar su retiro en Libia; nadie le creyó y su final fue brutal. Slobodan Milošević, en Yugoslavia, pactó no ser extraditado, pero su sucesor rompió el acuerdo y lo envió a La Haya. Manuel Noriega, en Panamá, conversó con Estados Unidos creyendo que tenía garantías; pasó tres décadas preso en distintos países. Charles Taylor, en Liberia, recibió asilo en Nigeria con mansión y escoltas, pero años después fue entregado para ser juzgado. Anastasio Somoza Debayle escapó a Paraguay creyéndose a salvo y terminó asesinado dentro de su carro blindado por una operación sandinista. Robert Mugabe firmó un pacto de salida en Zimbabue, pero fue su propio partido el que terminó sacándolo del poder. Omar al-Bashir, en Sudán, recibió promesas de no extradición que hoy penden de un hilo ante la Corte Penal Internacional.

En Venezuela ya hubo un precedente directo. Marcos Pérez Jiménez huyó en 1958 con garantías: avión presidencial, exilio y protección. Pero en Estados Unidos fue detenido, extraditado y terminó preso en Venezuela. Tras recuperar su libertad, ganó una senaduría, pero no le permitieron asumir su curul. Luego se marchó a España, donde vivió los últimos treinta años de su vida. Nunca pudo volver a Venezuela.

También está el episodio de abril de 2002. De acuerdo con la versión de militares que participaron en el derrocamiento momentáneo de Hugo Chávez, se negoció con el entonces presidente su retiro a Cuba a cambio de una suma millonaria. El desenlace es conocido: el 13 de abril Chávez regresó al poder y nada de aquella negociación se materializó.

Pero no todas las transiciones pasan por pactos. En los últimos años han surgido escenarios donde la calle o la fuerza militar definieron el destino del poder. En Sri Lanka, en 2022, la combinación de colapso económico y corrupción detonó una ola de protestas encabezadas por jóvenes de la Generación Z, nacidos entre 1997 y 2012, nativos digitales que convirtieron las redes sociales en una herramienta de movilización política. Las imágenes de jóvenes entrando al palacio presidencial recorrieron el mundo. El presidente huyó sin negociar nada.

En Nepal, en septiembre de 2025, el bloqueo de 26 redes sociales por parte del gobierno fue interpretado por esa misma generación como una declaración de guerra. Miles de jóvenes salieron a las calles. La represión dejó decenas de muertos y cientos de heridos. El primer ministro K. P. Sharma Oli terminó renunciando. Allí no cayó solo un gobierno, sino una forma vieja de ejercer el poder.

En Siria, tras 13 años de guerra civil iniciada en 2011, la transición no vino de la calle ni de un acuerdo político. Fue la fuerza pura. En 2024 una coalición armada avanzó sobre Damasco. El régimen colapsó en cuestión de días. Bashar al-Ásad huyó a Moscú con su familia. No hubo negociación ni garantías.

En este contexto, las exigencias de Maduro encajan con precisión en el patrón histórico de los dictadores que buscan blindarse antes de ceder. De acuerdo con Reuters, lo que plantea incluye amnistía, levantamiento de sanciones, suspensión de la causa en la Corte Penal Internacional y la preservación del poder dentro de su círculo. Para Donald Trump, aceptar una salida sin fuerza militar implicaría un triunfo político sin guerra ni costos en vidas estadounidenses. Pero el nudo está en la pretensión de dejar a Delcy Rodríguez en Miraflores.

Maduro el incumplido

Las tensiones se han incrementado. El senador Marco Rubio advirtió esta semana que Maduro ha roto al menos cinco acuerdos en diez años. Washington no confía en su palabra. Y Rubio fue directo: Trump no se dejará engañar por Maduro como, a su juicio, sí lo hizo la administración de Joe Biden.

El desenlace no depende solo de negociaciones internacionales. La historia enseña que los dictadores confían en dos pilares: su círculo íntimo y sus fuerzas armadas. Maduro también. Sin embargo, la Fuerza Armada ha estado sometida durante años a mecanismos de espionaje interno, contrainteligencia y vigilancia con asesoría extranjera. Pese a ello, el 28 de julio, según múltiples fuentes, la mayoría de los militares votó contra Maduro. Ese quiebre silencioso recuerda el caso de Duvalier en Haití: un dictador convencido de que su ejército lo acompañaba, hasta que dejó de hacerlo.

El analista y representante del chavismo disidente Sergio Sánchez lo resumió recientemente en el programa La Conversa con una frase directa: “A Maduro hay que sacarlo de su trinchera”. Una trinchera hecha de sanciones, miedo a la justicia internacional y desconfianza absoluta en cualquier acuerdo.

Por eso el escenario venezolano es complejo. Sin incentivos reales que reduzcan el temor a perderlo todo —incluso la libertad o la vida—, Maduro evitará dejar el poder hasta donde pueda. La historia demuestra que las salidas negociadas no se construyen con deseos, sino con garantías. Y que los dictadores no evalúan constituciones, evalúan su seguridad personal, la de su familia y la de su fortuna.

Venezuela ha entrado en ese momento decisivo. Las próximas semanas dirán si Maduro consigue las garantías que exige o si la presión política, económica y militar lo empuja hacia otro desenlace. Porque, al final, las transiciones no las deciden las promesas, sino las garantías.

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