Arq. José Robles

Como marabino, siento que mi ciudad vive hoy una división silenciosa, más profunda de lo que a veces queremos reconocer. Maracaibo parece dividirse en dos realidades: un Este que concentra buena parte de la actividad económica y la recaudación tributaria, y un Oeste que en general, con paciencia y persistencia, sigue esperando su turno en la agenda del desarrollo urbano.

El Oeste de Maracaibo —esa “otra ciudad” que muchos mencionan con cariño o con preocupación— alberga casi el 70 % de los barrios de la urbe. Sus orígenes se remontan a décadas atrás, cuando familias de distintas regiones llegaron en busca de un mejor porvenir. Algunos esfuerzos por consolidar estas zonas comenzaron en los años 80, pero con el tiempo se interrumpieron o quedaron incompletos. Hoy, lugares como la Curva de Molina reflejan esa mezcla de vitalidad y desafío: son centros dinámicos de comercio y encuentro, pero también espacios donde se siente la falta de ordenamiento y de infraestructura adecuada.

Esta parte de la ciudad no solo es extensa y densamente poblada —reúne a casi la mitad de los habitantes de Maracaibo—, sino también profundamente diversa. Aquí conviven venezolanos de distintas regiones, comunidades wayúu y una importante presencia de migrantes colombianos. En algunos barrios, la lengua predominante es la Wayuu; en otros, las tradiciones se entrelazan de formas únicas. Esta riqueza cultural, sin embargo, contrasta con carencias persistentes: calles sin pavimentar, transporte público limitado, intermitencia en los servicios básicos y una sensación generalizada de abandono.

A veces se argumenta que esta zona recibe menos inversión porque “no genera tributos” como el Este. Pero esa visión reduce la ciudad a una simple ecuación financiera y olvida que la planificación urbana debe ser, ante todo, un instrumento de equidad. El acceso a servicios, espacios públicos, actividades culturales y oportunidades no puede depender únicamente de la capacidad contributiva de un territorio. Por el contrario, la inversión pública debe corregir desigualdades, no perpetuarlas.

Curiosamente, pese a esta histórica desatención, Maracaibo Oeste se convierte en foco de atención cada vez que se acercan elecciones. Su peso demográfico lo convierte en clave en la contienda política, pero rara vez en prioridad real en la gestión cotidiana. Lo que se necesita no son promesas ocasionales, sino un compromiso sostenido con una planificación urbana actualizada, sensible a las necesidades sociales y capaz de aprovechar el potencial económico de toda la ciudad.

Y, sobre todo, cualquier esfuerzo debe incluir a quienes viven en estas comunidades. La participación ciudadana no puede ser un mero formalismo; debe ser el alma de los procesos de transformación. Son los propios vecinos quienes conocen mejor sus realidades y quienes pueden aportar soluciones desde abajo. Sin su involucramiento, los planes seguirán siendo documentos bien intencionados, pero desconectados de la vida diaria.

Maracaibo no puede seguir avanzando con la mitad del cuerpo rezagada. Su grandeza no se mide solo por sus zonas más prósperas, sino por la calidad de vida que ofrece a todos sus habitantes, sin distinción. Unir a la ciudad, cerrar brechas y construir juntos un futuro más equilibrado no es solo posible: es necesario.

Arq. José Antonio Robles                                                                                                             

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