Arq. José Antonio Robles 

Maracaibo, la capital del estado Zulia, se encuentra en una encrucijada crucial para su futuro. Su desarrollo urbano ha sido guiado por instrumentos de planificación obsoletos, anclados en una ley de hace casi 40 años que se centra en reglas fijas en lugar de en la gestión activa del territorio. Para que Maracaibo prospere, es imprescindible que su Plan de Desarrollo Urbano Local (PDUL) abandone el enfoque normativo y adopte una visión moderna, estratégica y, sobre todo, social.

La Ley Orgánica de Ordenación Urbanística de 1987, que rige la planificación local, ha demostrado ser inflexible y estática. Sus características, como la rigidez de la zonificación y la falta de mecanismos para la gestión del suelo o la captura de plusvalías, han limitado la capacidad de la ciudad para adaptarse a los cambios. Este enfoque, que se centra en «lo que no se puede hacer», ha demostrado ser ineficaz para impulsar proyectos estratégicos, abordar el deterioro urbano o enfrentar desafíos contemporáneos como el cambio climático y la resiliencia. La participación ciudadana, concebida como un simple formalismo, ha impedido que la comunidad se apropie de los planes y legitime las decisiones, dejando a los ciudadanos fuera de un proceso que los afecta directamente.

El modelo a seguir: de Medellín a Maracaibo

A diferencia del marco legal venezolano, la planificación urbana moderna en América Latina ha evolucionado hacia un modelo más dinámico y social. Un ejemplo paradigmático es el de urbanismo social popularizado en Medellín, Colombia. Esta estrategia no ve la planificación como un ejercicio técnico-legal, sino como una herramienta para reducir la desigualdad socio-espacial.

El enfoque de Medellín se basa en tres pilares: integración física, gestión social y participación ciudadana. Se invierte en infraestructura de alta calidad (bibliotecas, parques y transporte público en los barrios más vulnerables, conectándolos física y simbólicamente con el resto de la ciudad. Pero la clave está en que esta inversión física va de la mano con programas sociales y culturales, fortaleciendo el tejido social y el sentido de pertenencia de la comunidad. Además, la participación activa de los ciudadanos en el diseño de estos proyectos asegura que las obras respondan a las necesidades reales de la gente, no a las de un burócrata.

La urgencia de un plan flexible y social

El futuro de Maracaibo exige un PDUL que aprenda de estas experiencias exitosas. No podemos seguir con un manual de reglas de un pasado que no volverá. El nuevo plan debe ser un instrumento de gestión activa que defina prioridades y fomente la inversión. Debe identificar áreas clave para la revitalización y crear proyectos que atraigan capital y fomenten un desarrollo económico sostenible.

La participación ciudadana debe ser el corazón del nuevo PDUL. No como un requisito legal, sino como un pilar fundamental que involucre a la comunidad, el sector privado, las universidades y las ONG desde las primeras etapas. Solo así podremos crear un plan que no sea un simple documento, sino una hoja de ruta para el desarrollo consensuada y con el compromiso de todos los marabinos. La tecnología, a través de sistemas de información geográfica (SIG) y el análisis de datos masivos, puede y debe ser nuestra aliada para tomar decisiones más informadas y precisas.

En un mundo marcado por el cambio climático, la sostenibilidad debe ser otro eje central. El nuevo PDUL debe ir más allá de la infraestructura y abordar la resiliencia urbana, la gestión eficiente de recursos y la movilidad. Inspirado en el urbanismo social, la planificación de Maracaibo debe articular la inversión en infraestructura con programas sociales que reduzcan la desigualdad y mejoren la calidad de vida de todos los ciudadanos.

En conclusión, Maracaibo necesita una modernización urgente de sus herramientas de planificación. Abandonar la rigidez de los planes pasados y adoptar un enfoque flexible, estratégico y social es el único camino para construir una ciudad más justa, sostenible y próspera para las futuras generaciones. La oportunidad está ahí, es momento de que la ciudad dé el paso hacia un urbanismo que no solo transforme el territorio, sino también a su gente.

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