P. José Andrés Bravo H.

Ahora quiero ofrecerles una pequeña síntesis de la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, del Concilio Vaticano II (1962-1965). Es conocida como «Lumen gentium» (LG), traduce «Luz de los Pueblos». Comienza anunciando que «Cristo es la luz de los pueblos» y la Iglesia es un Sacramento o Misterio que, con palabras y obras, ilumina a la humanidad con la persona y el Evangelio de Jesús, la verdadera Luz. Los Padres de la Iglesia tienen una hermosa manera de explicar este Misterio. Dicen que Cristo es como el Sol que ilumina con luz propia y la Iglesia es como la Luna que se deja iluminar por Cristo para poder iluminar a su vez a la humanidad. Mientras más cerca del Sol está la Luna, más luz recibe para iluminar mejor la tierra. Así la Iglesia debe vivir en Cristo para iluminar a la humanidad con su Misterio de Amor.

Esa unidad íntima de la Iglesia con el Señor la  convierte en «un Sacramento, o sea, signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (LG 1). Esto no es fruto de una especulación, sino de la autorrevelación de Dios en nuestra historia. La Iglesia surge, pues, como proyecto salvador para la humanidad. No es obra humana. La Iglesia, por tanto, es un Misterio Divino que nace del amor del Padre y de la misión del Hijo y del Espíritu Santo (cf. LG 2-4). Su fuente es el Misterio de Dios Trinidad, Comunidad Divina de Amor.

Pero, la Iglesia también es humana. Lo enseña con mayor claridad la Constitución Pastoral de la Iglesia en el mundo contemporáneo, «Gaudium et spes» (GS), que traduce: «El gozo y la esperanza». Esta Constitución enseña que la  Iglesia es la comunidad que «está compuesta por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el Reino del Padre y han recibido el mensaje de la salvación para proponérselo a todos. Por ello, se siente verdadera e íntimamente solidaria del género humano y de su historia» (GS 1). Al terminar la última sesión del Concilio, el Papa Pablo VI presenta a la Iglesia, Misterio Divino, como la sirvienta de la humanidad.

Esta primera parte la podemos concluir con la misma Constitución LG 4, que sigue a San Cipriano y a otros Padres de la Iglesia: «Así toda la Iglesia aparece como el Pueblo unido por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo».

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